Vuelo #1654 de JetBlue

Vuelo #1654 de JetBlue

Aquí voy meditando en el vuelo #1654 de JetBlue desde Puerto Rico con destino a Fort Lauderdale.

El siguiente relato quizás no sea real, al menos por ahora, pero puede ser la realidad de algunos que ya lo han vivido o el sueño de quienes lo desean con ansias locas sin poderlo realizar. No será un sueño o realidad para aquellos que nunca han experimentado las vivencias que solo se dan en el barrio con amigos que compartían secretos, maldades y fantasías. Fantasías que al pasar los años se convirtieron en sueños logrados para unos o deseos frustrados para otros, pero al menos nos dabamos la oportunidad de soñar. Soñar con esperanzas, soñar con dudas, soñar añoranzas, pero nunca dejar de soñar.

Aún recuerdo el momento en que salí de mi barrio con la esperanza de lograr mis sueños. Con unas esperanzas pensadas, quizás analizadas y planeadas, pero igualmente tan inciertas como los sueños de niños en el barrio. Abordamos el vehículo que guiaba mi hermano, como quien te lleva a un destino incierto. Y mientras me guiaba hacia lo desconocido me preguntaba en cada oportunidad: “¿De verdad quieres hacer esto?”, para minutos más tarde refresear la pregunta un poco más incisiva: “¿De verdad te vas y nos dejas?”… Ah, hermano, si supieras que no es lo mismo partir del barrio que olvidar el barrio, como dejar mi familia no quiere decir un olvido de la familia. En ese intercambio de preguntas y respuestas, de pensamientos encontrados con determinación e indecisiones, pasamos el trayecto del barrio hasta el aeropuerto donde abordaría hacia mi nueva residencia. Para unirme a la diáspora me decía, mientras para mí era solo un cambio de correo postal.

Entonces realicé en mi mente que esa es la constante disyuntiva en la realidad de la vida, deambular entre constantes preguntas, dudas, encrucijadas insperadas y desiciónes. Nos levantamos cada día pensando en las gestiones a realizar, si el tiempo nos da o no os da, para entonces fijamos prioridades y dejar para mañana lo que no logramos durante el día.

Al final de aquel camino que me pareció interminable, no por las preguntas de mi hermano, sino por la despedida. Ya me había despedido físicamente de familiares y amigos del barrio, pero ahora comezaría el despido del barrio, de mi tierra, de mi isla. Siento que literalmente fui creado por Dios y usó el barro de mi isla para darme forma y sopló aliento de aquella brisa caribeña para darme vida. No importa donde vaya este pedazo de barro, Puerto Rico viajará conmigo. Por tanto, nunca olvidaré el aliento que respire por primera vez en las playas de mi pueblo costero, ni la fresca brisa en los campos de Hatillo. El bullicio de mis amigos del barrio que invitaban a jugar trompo, canicas a la olla, quiñe y cuarta, a jugar dao’ o doble 30, o el tres pa’ tres en la cancha de tierra con un aro de bicicleta clavado en el poste… el primer romance de niño y tantos recuerdos mas.

Así, entre tantos pensamientos y remembranzas, me fui despidiendo de mi barrio y Mi Pueblo hasta que me vi dentro del avión que me llevaría a mi nuevo destino. Comencé viendo cómo los edificios y casas se iban haciendo pequeños. Luego las costas de mi isla bañadas por la espuma blanca de sus olas. Siempre me habían dicho que una isla era un simple pedazo de tierra rodeado por aguas. Pero lo que yo ví mientras el avión remontaba hasta alcanzar las nubes fue algo muy distinto. Observé cómo aquél terruño amado, fuerte y robusto era abrazado por la inmensidad de la mar que lo deseaba. Como unos novios abrazados ante el altar de su Creador, como que las olas le besaban sus costas, como una danza sin final que retrataba un romance entre Mar y Tierra, entre La Mar y mi Puerto Rico. Y así se fue quedando en la distancia mi barrio y mi gente, pero conmigo viajaban sus recuerdos, sus alegrías y sus penas. Alegrias y penas que irán conmigo mientras mi pecho respire y mi alma viva. Y aún cuando deje de vivir aquí, seguirán conmigo en la otra vida.

Ya en el espacio aéreo, allí donde se confunden el color de mar y cielo, comencé a pensar en regresar. Ese regreso que luego se convierte en idas y vueltas, así como el devenir diario que nos mantiene presos de la rutina y del compromiso con el trabajo, presos de los compromisos económicos, las deudas y la renta. Entonces me olvido de aquella primera vez en que me despedí del barrio había pensado en regresar. Los pensamientos y añoranzas del regreso quedaron prisioneros entre el recuerdo y el quizás. Porque al igual que yo, muchos se separaron de los suyos y sus barrios sin pensar en regresar, aunque igualmente lo pensaron. Pero todos al igual que yo, quedaron presos entre el recuerdo y el quizás.

Pasaron los años y llegaron los nuevos amigos, nuevas experiencias, nuevos recuerdos que nos invaden el pensamiento. Algunos piensan en no regresar. Porque “la cosa está dura” dicen unos, porque ya nada es igual. Distintas excusas y razones tenemos para quedarnos en el otro lado del charco azul. A ninguno lo critico en su desición, pero una cosa si sé, y es que algún día regresaré.

Algún día regresaré a caminar las calles de mi barrio, para charlar con viejos amigos. Allí quizás no estará la cancha de tierra con el aro de bicicleta clavado en un poste, ni los juegos de nuestra infancia serán los mismos. Se que volveré al cafetín de la esquina, a saborear el café con aroma del campo. Volveré a caminar las calles del barrio. Hasta ese día en que besaré el barro con el que mi Creador me dió forma y deje de respirar el aliento de vida que experimenté por vez primera. Solo hasta entonces les contaré en un nuevo escrito que; “Me devolví pa’ mi barrio…”

Me Devolví pa’ mi Barrio…

Me Devolví Pa’ Mi Barrio…

El siguiente relato quizás no sea real, al menos por ahora, pero puede ser la realidad de algunos que ya lo han vivido o el sueño de quienes lo desean con ansias locas sin poderlo realizar. No será un sueño o realidad para aquellos que nunca han experimentado las vivencias que solo se dan en el barrio con amigos que compartían secretos, maldades y fantasías. Fantasías que al pasar los años se convirtieron en sueños logrados para unos o deseos frustrados para otros, pero al menos nos dabamos la oportunidad de soñar. Soñar con esperanzas, soñar con dudas, soñar añoranzas, pero nunca dejar de soñar.

Aún recuerdo el momento en que salí de mi barrio con la esperanza de lograr mis sueños. Con unas esperanzas pensadas, quizás analizadas y planeadas, pero igualmente tan inciertas como los sueños de niños en el barrio. Abordamos el vehículo que guiaba mi hermano, como quien te lleva a un destino incierto. Y mientras me guiaba hacia lo desconocido me preguntaba en cada oportunidad: “¿De verdad quieres hacer esto?”, para minutos más tarde refresear la pregunta un poco más incisiva: “¿De verdad te vas y nos dejas?”… Ah, hermano, si supieras que no es lo mismo partir del barrio que olvidar el barrio, como dejar mi familia no quiere decir un olvido de la familia. En ese intercambio de preguntas y respuestas, de pensamientos encontrados con determinación e indecisiones, pasamos el trayecto del barrio hasta el aeropuerto donde abordaría hacia mi nueva residencia. Para unirme a la diáspora me decía, mientras para mí era solo un cambio de correo postal.

Entonces realicé en mi mente que esa es la constante disyuntiva en la realidad de la vida, deambular entre constantes preguntas, dudas, encrucijadas insperadas y desiciónes. Nos levantamos cada día pensando en las gestiones a realizar, si el tiempo nos da o no os da, para entonces fijamos prioridades y dejar para mañana lo que no logramos durante el día.

Al final de aquel camino que me pareció interminable, no por las preguntas de mi hermano, sino por la despedida. Ya me había despedido físicamente de familiares y amigos del barrio, pero ahora comezaría el despido del barrio, de mi tierra, de mi isla. Siento que literalmente fui creado por Dios y usó del barro de mi isla para darme forma y sopló aliento de aquella brisa caribeña para darme vida. No importa donde vaya este pedazo de barro, Puerto Rico viajará conmigo. Por tanto, nunca olvidaré el aliento que respire por primera vez en las playas de mi pueblo costero, ni la fresca brisa en los campos de Hatillo. El bullicio de mis amigos del barrio que invitaban a jugar trompo, canicas a la olla, quiñe y cuarta, a jugar dao’ o doble 30, o el tres pa’ tres en la cancha de tierra con un aro de bicicleta clavado en el poste… el primer romance de niño y tantos recuerdos mas.

Así, entre tantos pensamientos y remembranzas, me fui despidiendo de mi barrio y Mi Pueblo hasta que me vi dentro del avión que me llevaría a mi nuevo destino. Comencé viendo cómo los edificios y casas se iban haciendo pequeños. Luego las costas de mi isla bañadas por la espuma blanca de sus olas. Siempre me habían dicho que una isla era un simple pedazo de tierra rodeado por aguas. Pero lo que yo ví mientras el avión remontaba hasta alcanzar las nubes fue algo muy distinto. Observé cómo aquél terruño amado, fuerte y robusto era abrazado por la inmensidad de la mar que lo deseaba. Como unos novios abrazados ante el altar de su Creador, como que las olas le besaban sus costas, como una danza sin final que retrataba un romance entre Mar y Tierra, entre La Mar y mi Puerto Rico. Y así se fue quedando en la distancia mi barrio y mi gente, pero conmigo viajaban sus recuerdos, sus alegrías y sus penas. Alegrias y penas que irán conmigo mientras mi pecho respire y mi alma viva. Y aún cuando deje de vivir aquí, seguirán conmigo en la otra vida.

Ya en el espacio aéreo, allí donde se confunden el color de mar y cielo, comencé a pensar en regresar. Ese regreso que luego se convierte en idas y vueltas, así como el devenir diario que nos mantiene presos de la rutina y del compromiso con el trabajo, presos de los compromisos económicos, las deudas y la renta. Entonces me olvido de aquella primera vez en que me despedí del barrio había pensado en regresar. Los pensamientos y añoranzas del regreso quedaron prisioneros entre el recuerdo y el quizás. Porque al igual que yo, muchos se separaron de los suyos y sus barrios sin pensar en regresar, aunque igualmente lo pensaron. Pero todos al igual que yo, quedaron presos entre el recuerdo y el quizás.

Pasaron los años y llegaron los nuevos amigos, nuevas experiencias, nuevos recuerdos que nos invaden el pensamiento. Algunos piensan en no regresar. Porque “la cosa está dura” dicen unos, porque ya nada es igual. Distintas excusas y razones tenemos para quedarnos en el otro lado del charco azul. A ninguno lo critico en su desición, pero una cosa si sé, y es que algún día regresaré.

Algún día regresaré a caminar las calles de mi barrio, para charlar con viejos amigos. Allí quizás no estará la cancha de tierra con el aro de bicicleta clavado en un poste, ni los juegos de nuestra infancia serán los mismos. Se que volveré al cafetín de la esquina, a saborear el café con aroma del campo. Volveré a caminar las calles del barrio. Hasta ese día en que besaré el barro con el que mi Creador me dió forma y deje de respirar el aliento de vida que experimenté por vez primera. Solo hasta entonces les contaré en un nuevo escrito que; “Me devolví pa’ mi barrio…”